2 DE ABRIL: ¿Quién nos habla aquí de olvido, de renuncia, de perdón?

Texto: S. Alvez

Según datos oficiales del Ministerio de Defensa de la Nación, 23.683 combatientes argentinos (incluyendo 90 mujeres) participaron de la Guerra de Malvinas, de los cuales 649 nunca volvieron. Del total de combatientes, 460 eran misioneros, como Luis y Augusto. Unos 1.854 eran correntinos, como Oscar.

En la sobremesa de un guiso al disco regado con buen vino tinto, en la casa de Luis aquí en la ciudad de Posadas, los tres comparten sus recuerdos y reflexiones sobre aquella experiencia trascendental. Aunque tienen miradas diferentes con respecto a muchas de las cuestiones relativas a la guerra, coinciden en dos aspectos puntuales. Primero, no aceptan la lástima ni la dádiva: consideran que fueron dignos guerreros pese a las dificultades y precariedades. Segundo, lamentan que mayormente se los recuerde y valore únicamente un día al año.

Oscar de la Cruz nació en Colonia Liebig (Corrientes), pero vive en Misiones hace décadas. Tenía 19 años cuando fue convocado a la guerra. “Yo entonces era aspirante a oficial de reserva en el Grupo de Artillería de Monte 3, de Paso de los Libres. Como tal, era técnico del Centro de Dirección de Tiro. No pude despedirme de mi familia. Un 9 de abril salimos en tren hacia Bahía Blanca sin saber a dónde íbamos. De allí volamos a Malvinas”, cuenta Oscar, quien durante la guerra se desempeñó en la asistencia técnica a los soldados encargados de disparar cañones con un alcance de hasta 16 kilómetros.

Augusto Pérez es posadeño y también tenía 19 años cuando recibió la noticia. Era aspirante en la Escuela Sargento Cabral. Llegó a la isla el 11 de abril de 1982. Su historia tiene una notable singularidad: también su hermano mayor, Oscar, combatió en Malvinas. “Hay cosas que nunca vamos a olvidar, como el primer bombardeo en la madrugada del primero de mayo. Yo había comprado una radio portátil en la isla. Escuchábamos Radio Carve, una emisora uruguaya. La noche anterior, en esa radio informaron que los ingleses iban a bombardear Puerto Argentino. Pero como estaba todo tranquilo, no creímos que fuera cierto. A las cinco menos veinte cayó la primera bomba”, evoca Augusto.

También guarda en su memoria la imagen del sacerdote Vicente Martínez Torrens, que, al llegar a Malvinas, se arrodilló y besó la tierra.

Nacido en Concepción de la Sierra, al momento de iniciarse la guerra Luis Sotelo ya era suboficial y mecánico motorista del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 (GADA 601), con base en Mar del Plata. “Además del frío extremo, lo que me impactó al llegar fue el terreno. Nosotros teníamos que trasladar vehículos y municiones, y era un suelo de turba y arenisca, muy duro de cavar. Cuando empezaron los ataques aéreos, logramos repelerlos, obligando a la aviación inglesa a replegarse”, afirma Luis.

Otra coincidencia que sostienen estos tres veteranos de guerra tiene que ver con identificar al trance de la rendición y entrega de armas como “el momento más triste de toda la guerra”.

Para Luis, “ver caer la bandera argentina e izarse la bandera inglesa fue lo peor, sentí una impotencia indescriptible”.

Desarmados y en calidad de prisioneros, los tres volvieron en barcos ingleses. Como a otros miles de soldados, el general Galtieri los dejó tirados en la isla a merced del enemigo. “Los ingleses nos hicieron subir a esos barcos. Nos trataron con respeto. Nos dieron leche, galletitas saladas y cigarrillos sueltos”, recuerda Oscar.

El retorno de los soldados argentinos fue percibido como una amenaza por las Fuerzas Armadas. No querían exhibirlos en mal estado. Fueron obligados a permanecer semanas en regimientos, ocultos, recuperando peso. Estas y otras tristes circunstancias forman parte de un costado oscuro (y de causas judiciales) que algunos veteranos prefieren dejar en segundo plano, como dice Oscar, para que prevalezca “la dignidad de cada uno de los que luchamos por defender a nuestra patria en Malvinas”.

Al volver a Posadas, Augusto no sabía si su hermano Oscar había vuelto de Malvinas. “Ya era 21 de junio. No me animaba a llegar a nuestra casa en el barrio Villa Urquiza, por miedo a no encontrar a mi hermano. Entonces me senté en el club del barrio, ahí me encontré con amigos y uno de ellos me preguntó si ya había visto a mi hermano, que ya había regresado… Me volvió el alma al cuerpo. Fui corriendo a casa. Estaban comiendo un asado cuando me vieron llegar”.

Luis “El Flaco” Sotelo resume el sentimiento general que comparten los tres en relación al presente. “Existe una deuda con nosotros. No queremos que nos palmeen la espalda ni que se acuerden de que existimos solo el 2 de abril. Pedimos respeto y ser reconocidos alguna vez, como se debe, con todo lo que eso implica. A nosotros nos reconoce la sociedad únicamente”.

Para concluir, los muchachos levantan sus vasos y brindan por la memoria de aquellos que no pudieron volver. “Las Malvinas fueron, son y serán nuestras”.
Estas son apenas tres de las miles de historias que pueden oírse.en el valioso testimonio de quienes combatieron en las islas, y que parafraseando un verso del himno de Malvinas, hoy se preguntan: “¿Quién nos habla aquí de olvido, de renuncia, de perdón?”.

Fotos: V. Paniagua).